En un par de semanas cinco tucumanos intentarán lo que, hace más de un siglo, parecía imposible. María Eugenia Farías, junto a otros cuatro nadadores, buscará cruzar el Río de la Plata a nado. No es únicamente un desafío físico: se trata de una batalla contra la corriente, la resistencia mental y la historia misma; una historia que comenzó el 21 de diciembre de 1923, cuando una joven argentina de apenas 19 años inscribió su nombre en la eternidad.
Lilian Harrison no fue la primera en intentarlo, pero sí en conseguirlo. Cruzó el río más ancho del mundo (en un tiempo oficial de 24 horas, 19 minutos y 30 segundos) desde Colonia, Uruguay, hasta Punta Lara, Argentina. Su gesta fue titulada como “portentosa” y “maravillosa” por la prensa de la época. Pero lo que más asombró, además de la distancia recorrida y la tenacidad de la nadadora, fue un detalle que hoy parece insólito remarcar: lo había conseguido una mujer.
Harrison, oriunda de Quilmes e hija de inmigrantes británicos, se había formado en natación desde pequeña. Su entrenamiento era meticuloso y su preparación rigurosa. Nadó entre Zárate y Tigre por el Paraná, y desde San Isidro hasta Puerto Nuevo antes de enfrentar el Río de la Plata. Pero ni su resistencia ni su destreza eran suficientes para algunos.
A principios del siglo XX, la mujer estaba encorsetada en mandatos sociales que la definían como frágil, delicada y poco apta para la competencia deportiva. Se fomentaba la actividad física en niñas y mujeres, sí, pero con límites: gimnasias suaves, caminatas, natación en aguas controladas. La hazaña de Harrison no rompió con ese molde, directamente lo hizo añicos.
Por eso, cuando los medios informaron sobre su cruce, algunos se apresuraron a destacar que la habían acompañado cuatro hombres. Pero esos hombres, nadadores experimentados, habían intentado la misma travesía y fracasado. El éxito había sido de ella y eso resultaba, para muchos, un golpe a las certezas de la época.
El impacto de la “Revolución Harrison” fue inmediato. La revista El Gráfico la puso en su portada, los diarios destacaron su resistencia sobrehumana y el presidente Marcelo Torcuato de Alvear la recibió en una ceremonia de honor. Incluso la empresa Kalisay fabricó una copa de oro sólido en su honor. Harrison, sin embargo, no se conformó.
Un año después de su hazaña, intentó cruzar el Canal de la Mancha. Fue su gran obsesión, su desafío inconcluso. Cuatro veces se lanzó al agua y cuatro veces la derrota la obligó a abandonar. En una oportunidad, las bajas temperaturas casi le costaron la vida. En la última, en 1925, nadó durante siete horas y media antes de gritar con desesperación: “Sáquenme, he terminado”. Nunca más lo intentó.
Pese a todo, su nombre quedó grabado en la historia del deporte argentino. Su gesta fue inspiración para muchas mujeres, aunque con el tiempo su reconocimiento se fue diluyendo. Harrison se retiró de la natación y se instaló en Londres, donde se capacitó en medicina deportiva. En 1973, cuando la revista Siete Días la entrevistó por el 50° aniversario de su cruce, recordó con ironía: “Nunca podré olvidarme de aquel hombre en Colonia que decía que estaba loca y que no llegaría ni al farallón. Cuando toqué tierra, lo primero que pensé fue en él”.
Falleció en 1993, a los 89 años, con la certeza de haber abierto un camino para muchas mujeres. Su récord se mantuvo intacto durante dos décadas, hasta que en 1943 Lita Tiraboschi logró repetir la travesía.
Este mes, cuando María Eugenia Farías y los otros tucumanos se lancen a las aguas marrones del Río de la Plata, estarán enfrentando la misma incertidumbre que Harrison sintió hace más de 100 años. Pero también estarán rindiendo homenaje a aquella joven que, desafiando las expectativas y los prejuicios, demostró que la resistencia no tiene género.
La travesía de Harrison fue una victoria sobre los límites impuestos. Y cada nuevo intento, como el que se avecina, reaviva su legado y demuestra que las aguas del Río de la Plata nunca serán lo suficientemente anchas como para borrar su historia.
(Producción periodística: Sofía Lucena)